Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.

Eduardo Galeano

lunes, 13 de junio de 2011

LOS OTROS

Se presentó como la peor de las pesadillas, aquel alien habitando sus entrañas.
Lo urgente era sacarlo de alli, matar al malo, como en las pelis del oeste y en todas las pelis de acción que se precien de serlo, las que siempre tienen happy end.
Y  lo hicieron. Vestían   uniforme verde y llevaban verdes máscaras bajo el mentón cuando nos dijeron que habían conseguido eliminarlo. Ya está, ahora solo falta fumigar la sangre con toxinas que eviten que el alien regrese, confiar en que no haya instalado una base clandestina en alguna otra parte. Ahora solo hace falta que los tejidos se acostumbren a vivir sin su parásito, que cicatricen las heridas inmediatas de la lucha.
Todos los nombres tienen ya incógnitas resonacias. Muchas palabras tienen que ver con tubos de plástico translúcido anclados en el  cuerpo aún en lucha, a los cuerpos aún en lucha. Porque no estamos solos, nadie está solo. Y quien ocupa la cama de al lado lleva librando batallas con su alien nueve años ya. Pero eso no impide que, mientras su morfina actúa y nuestros otros analgésicos operan, inventen fiestas nocturnas en las que bailarán como locos, como nunca bailaron cuando estaban libres de tubos de plástico transparente. Falta  elegir el lugar de la fiesta. En la 5º no, que es la de Otorrino y nadie llevará bien  el ritmo..., y en la de Trauma tampoco, que allí  "andan "  fatal...
La risa remueve el dolor. Al veterano luchador, que es malagueño, se le agarra a la sintura y a la memoria. Ay, cómo duele la sintura. Desgrana entonces remotas historias sin fin, piropea a las auxiliares, declara su amor a la enfermera morena y bajita que vigila el gotero, recita los apellidos de todos los médicos de la planta y termina proclamando que él sin su mujer, que está  allí, a su lado,  no es nadie.
Gracias a la risa, a las sonrisas, a las caricias, a los buenos deseos que llegan incesantes no pesan  tanto las demás cosas. Gracias  a la cálida atención  dispensada, al buen humor y a la eficiencia de quienes atienden a los tubos y a los cuerpos las madrugadas son menos turbias y el amanecer menos frío.
Cuando al fin nos vamos a casa, con la avidez de quien regresa de una batalla, con la necesidad acuciante de recobrar fuerzas para encarar la próxima, me llevo la certeza de saber que no estamos solos y de que esta guerra nos ha hecho descubrir lo mejor de los otros y tal vez lo mejor de nosotros mismos.

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