¡Ay, los enfados! Nos ocasionan más problemas de los que querríamos, nos hacen decir y hacer cosas de las que nos arrepentimos cuando "se nos pasa". En definitiva, nos hacen sentirnos mal. Nos hacen vivir, en palabras de Goleman, un estado de "secuestro emocional".
Hoy mismo, una chica inteligente me contaba que cuando está enfadada pasea y de deja el enfado por el camino. Vuelve a casa como nueva. Conocer mecanismos para manejar la ira y el enfado es tan importante como conocer el proceso que se inicia cuando nos enfadamos.
Se dice que quien se enfada tiene dos trabajos: enfadarse y "desenfadarse". Y es cierto. Porque cuando nos enfadamos pasan un montón de cosas en el plano fisiológico que después deberá regresar a la normalidad: aumenta nuestro ritmo cardiaco, segregamos adrenalina, se tensan nuestros músculos, solemos apretar las mandíbulas y los puños...
Además, nuestros pensamientos se disparan: tras el motivo que desencadenó el proceso generamos pensamientos tóxicos, negativos, que agrandan nuestro enfado. Son como bombas en miniatura que nosotros mismos fabricamos y que hacemos explotar en nuestro cerebro. Por ejemplo, si lo que nos enfadó es que un amigo nos dio plantón, fabricamos de inmediato nuestra pequeñas bombas, que alimentan sucesivamente nuestro enfado. "Siempre hace lo mismo, ¿se cree que él es el único que tiene algo interesante que hacer?", "Es un imbécil", "Siempre se las da de importante", "Lo hace adrede", "No me aprecia como merezco", etc... Y así, nosotros solitos nos enfadamos más y más, gracias a nuestros pensamientos.
Si en lugar de cultivar el pensamiento tóxico generásemos pensamientos del tipo "Habrá tenido un imprevisto" o recordásemos todas las veces en que nos hemos sentido bien o nos hemos reído hasta no poder más con ese amigo estaríamos empezando a neutralizar nuestro enfado. Nuestros pensamientos son capaces de modificar nuestras emociones.
Si en lugar de cultivar el pensamiento tóxico generásemos pensamientos del tipo "Habrá tenido un imprevisto" o recordásemos todas las veces en que nos hemos sentido bien o nos hemos reído hasta no poder más con ese amigo estaríamos empezando a neutralizar nuestro enfado. Nuestros pensamientos son capaces de modificar nuestras emociones.
Sabemos ya cómo nos enfadamos. Pero, ¿sabemos qué nos enfada? Nos enfada lo que podemos considerar una amenaza, lo que frustra nuestra autoestima. Nuestro yo se siente amenazado, cuestionado, ofendido, infravalorado. En realidad, no es de cajón de madera de pino que el enfado deba ser la única respuesta posible ante un insulto, por ejemplo. Recordemos que no ofende quien quiere, sino quien puede. Ante un insulto se puede reaccionar, por ejemplo, ignorándolo. Si sabemos que no somos lo que nos dicen que somos, si nos sentimos a salvo, si no sentimos que el insulto nos cuestiona, si lo percibios por completo ajeno a nosotros podremos sencillamente ignorarlo o responder con serenidad a quien nos increpa. Quien logra enfadarnos nos controla. Si logramos evitar el enfado o canalizar sus efectos de forma positiva controlaremos nosotros nuestras propias emociones. Y seremos, por tanto, más libres. Y nos sentiremos muchísimo mejor.